James Baldwin (1924-1987), cuya obra constituye una de las más
logradas exploraciones críticas de lo que fue la experiencia negra en Estados
Unidos durante el siglo XX, exigía concebir la historia no como sinónimo de un
tiempo anterior, como aquello que dejó de existir, sino como algo que sigue existiendo:
como una fuerza viva.
“La historia”, escribió en La
culpa del hombre blanco (http://j.mp/196l7p5), “no se refiere sólo, ni siquiera
principalmente, al pasado. Al contrario, su gran poder reside en el hecho de
que la llevamos dentro de nosotros mismos, de que en muchos sentidos estamos inconscientemente
controlados por ella. La historia está literalmente presente en todo lo que
hacemos”.
La implicación fundamental de esa idea en la obra de Baldwin —que la
historia no es lo que ya pasó sino lo que todavía está pasando— es que aunque
el origen de las injusticias raciales se remonte a décadas o siglos anteriores,
su persistencia a través del tiempo, sus ramificaciones hasta el día de hoy,
generan cierto tipo de responsabilidad.
Y es que un individuo no puede ser llamado a cuentas por lo que la
historia ha sido, pero sí por lo que él hace con la historia de la que forma
parte y que forma parte de él. Uno no escoge tener la piel blanca, pues, pero
sí escoge qué actitud asume con respecto a todos los privilegios que aún en la
actualidad conlleva tener ese color de piel.
Recuerdo a Baldwin y su idea del racismo como una historia viva a raíz
de la irrupción de múltiples episodios más o menos recientes en la conversación
pública mexicana: por ejemplo, del artículo de Mario Arriagada sobre la llamada
“prensa de sociales” (http://j.mp/1b0AK0O); de un par
de notas en torno a la discriminación explícita que practican las agencias de
publicidad (http://j.mp/1fTpKZk o http://j.mp/16BZZcd); de las
expresiones raciales que en las redes sociales se endosaron contra los maestros
de la CNTE (http://j.mp/1fbgFtA); de la humillación por
parte de un funcionario local que padeció un niño tzotzil que vendía dulces en
Villahermosa (http://j.mp/16sa9dm); de cómo
dos semanas después del paso de las tormentas “Ingrid” y “Manuel” por Guerrero,
las autoridades sólo habían atendido a 60 de más de 700 comunidades indígenas
que habitan en la región de La Montaña (http://j.mp/18dULAs); de los
casos trata y explotación sexual que padecen muchos menores de origen indígena(http://j.mp/GD76ES)
de la mujer mazateca que, tras serle negada atención médica en un
centro de salud en Oaxaca, terminó dando a luz en plena intemperie (http://j.mp/192pFgb); etcétera.
Lo que vemos cuando vemos todas estas manifestaciones acumuladas de
racismo no es otra cosa que el rostro de una historia muy vieja pero muy viva. Una
historia de la que no hemos sabido, o no hemos querido, hacernos cargo.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 7 de octubre de 2013
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