El
miércoles pasado el INEGI difundió algunos datos (http://j.mp/11HEKxr) sobre la
estratificación social en México. Rescato tres. Uno, que 59.13% de la población
es de clase baja, 39.16% de clase media y 1.71%, de clase alta. Dos, que en el
ámbito urbano la clase media corresponde al 47% de la población, mientras que
en el ámbito rural ese porcentaje es apenas de 26%. Y tres, que entre 2000 y
2010 el porcentaje de personas de clase media aumentó en 4%.
Busco en la prensa reacciones a
dicha información. Encuentro muchas notas que reproducen el boletín del INEGI
casi textual, sin añadirle mayor contexto. Una principal en La Jornada, “Por cada persona de ‘clase
alta’ hay 49 de ‘baja’: INEGI” (http://j.mp/11QvMRz), que hace mal la
cuenta: 59.13 entre 1.71 son 34.57, no 49. Una columna de Luis de la Calle (http://j.mp/167J2Bw), coautor de un libro
que asegura que México se ha convertido ya en una sociedad de clase media,
argumentando que las conclusiones del INEGI “no son muy diferentes” de las de su
libro. Pero nada que aspire a darle rostro a esos números, a ilustrarlos con retratos
de personas concretas, ningún relato que los ejemplifique o los interpele.
Es como si en nuestro diarismo las desigualdades
no fueran reporteables; como si el único lenguaje posible para decir las
diferencias de clase fuera, si acaso, el de los economistas o los
administradores públicos. Es como si el país de los periódicos se agotara en el
discurso de los funcionarios, en los acuerdos legislativos, en los ajustes a
las perspectivas de crecimiento; como si no hubiera vidas que narrar,
testimonios que registrar, experiencias de las que dar cuenta.
Pienso, por ejemplo, en el reportaje
de Al Jazeera (http://j.mp/ZUYH6v) sobre las raíces
históricas de la privatización educativa, la concentración de la riqueza y las
protestas estudiantiles en Chile. O en la crónica de Jeff Tietz en Rolling Stone (http://j.mp/17d32ax) que comunica la precariedad
de la clase media estadounidense post-2008 a partir de un programa de
estacionamientos seguros en Santa Barbara, California, para familias que viven literalmente en sus coches. O pienso
también en el trabajo de Leslie T. Chang en National
Geographic (http://j.mp/16tzfXc) que muestra las
ansiedades que padece la pujante nueva clase media china a través de la rutina
de una niña de quinto de primaria.
¿Hay algún medio preparando
semblanzas, con nombres y apellidos, para documentar lo que significan las
cifras del INEGI? ¿Cómo es que no hemos sabido o no nos ha interesado contarnos
historias sobre la actualidad de nuestra estructura social, sobre cómo vivimos
nuestras relaciones de clase, sobre las ambigüedades que padecen muestras
“nuevas clases medias”?
¿Por qué tenemos un periodismo, digamos, con tan
escasa imaginación sociológica?
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 17 de junio de 2013
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