Escribe Juan E. Pardinas, ayer en Reforma (http://j.mp/XPworv), que “las
figuras de lenguaje que describen nuestra vida pública están desgastadas por
exceso de uso. México quiere moverse hacia el siglo XXI, pero las palabras y
los adjetivos que buscan describir este cambio se quedaron atoradas en el siglo
pasado”. Comparto su diagnóstico, creo que en efecto carecemos de un
vocabulario post-transición (http://bit.ly/J8DT4i), pero me parece que su
manera de argumentarlo incurre en el propio problema que señala.
De entrada, conviene reparar en la frase “México
quiere moverse hacia el siglo XXI”. Primero, porque representa a “México” como
un actor unitario con una sola voluntad y no como un espacio plural en el que coexisten
múltiples voluntades. Segundo, porque al constituir una mínima variación del
eslogan gubernamental (“mover a México”) parece inscrita más en una lógica publicitaria
que en un registro propiamente analítico. Y tercero, porque al referirse al
tópico “siglo XXI” evoca una vaga noción de futuro pero no distingue ninguna
dirección específica. La frase nos devuelve, pues, directo al “siglo pasado”: a
un país que no sabe reconocer su diversidad interna, descrito conforme a los parámetros
del discurso presidencial y en el que no hace falta definir un proyecto concreto
susceptible de ser contrastado con otros.
Más aún, dice Pardinas, “durante 12 años los
mexicanos nos quejamos de una institución presidencial que no podía tomar
decisiones” y hoy, en cambio, “algunos se lamentan de exactamente lo contrario
[…] nostálgicos de aquel pantano”. Obviemos la embustera unanimidad del “los
mexicanos nos quejamos” (¿todos?, ¿por igual?, ¿sobre lo mismo?) y el ninguneo
implícito en el “algunos se lamentan” (¿por qué no llamarlos por su nombre?, ¿por
qué no remitir a las voces que se trata de replicar?). La idea de que la
institución presidencial “no podía tomar decisiones” es francamente absurda (véase
“Calderón, la guerra de”). Y la imagen de que los últimos dos sexenios fueron
un “pantano” no tiene ningún fundamento empírico: es un derivado del mito de la parálisis que María Amparo
Casar se ha encargado ya de refutar rotundamente (http://j.mp/WQjbhn).
Como era de esperarse, Pardinas concluye elogiando
el Pacto por México: “un triunfo del oficio que da buen nombre a la política”
(¡ay, los ecos del siglo pasado!). Es decir que, queriendo criticar la falta de
imaginación de quienes ven en el peñanietismo un resurgimiento de la vieja
“Presidencia imperial”, Pardinas termina haciendo suyas las viejas premisas de
la ideología del consenso: el desacuerdo es un obstáculo, la protesta no
construye, el mejor adversario es el que colabora…
Hay algo muy torcido en celebrar, como si fuera un
éxito democrático, un mecanismo diseñado no para negociar con la oposición sino
para neutralizarla.
-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 18 de marzo de 2013
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