lunes, 24 de octubre de 2011

Los números y las historias


Hace algunas semanas Diego Enrique Osorno publicó, en Gatopardo, un inquietante testimonio sobre el México de la última década: el de la alternancia y, al mismo tiempo, el de los zetas. Hay muchas observaciones interesantes, agudas, algunas incluso francamente incómodas, en su texto. Me detengo en una: “es probable que la lógica seguida por los medios de comunicación de aproximarse con vocación estadística, cuasi deportiva, a la violencia desatada en varios lugares del país –una lógica que yo también seguí– en algo ha de ser cómplice de la tragedia nacional". 

Veamos. Dice Osorno que el “furor democrático” que siguió a la derrota del PRI en el 2000 se tradujo, para reporteros como él, en un afán de tratar de abrir la caja de Pandora de la política mexicana, de averiguar qué se hacía con los dineros públicos, de indagar componendas y complicidades, de documentar y exhibir las entrañas de la corrupción. Comenzaba entonces la que prometía convertirse en la era del sufijo “gate”. A partir del 2007, sin embargo, tras la declaración de “guerra” con la que el Presidente Calderón inauguró su sexenio y la espiral de violencia que ésta detonó, aquel emocionante apetito de hacer investigación periodística degeneró en la tétrica rutina de hacer el recuento mortuorio: “De contar hasta la cantidad y el precio de las toallas compradas en la residencia presidencial de Los Pinos, se pasó a contar el número de los cadáveres que entraban a diario a la morgue más cercana a tu redacción”. Se estrenaba, pues, la era de los “ejecutómetros”.

La de Osorno es la crónica de una claudicación gremial pero es, también, la crónica de su rebeldía contra ella. Por un lado, un periodismo que se limita a contar muertos; por el otro, un reportero que insiste en tratar de relatar sus historias. Contra la frialdad de las cifras, el poder de la narrativa.

No es que el conocimiento cuantitativo sea insustancial o irrelevante. Al contrario, como sabemos gracias a los trabajos de Fernando Escalante, Eduardo Guerrero, José Merino o Diego Valle-Jones, las estadísticas ayudan a hacer inteligibles las relaciones de causalidad, la magnitud, los patrones de la violencia. El problema, más bien, está en el hecho de que los números han terminado por reemplazar a las historias en el espacio de nuestra conversación pública, en que sabemos más o menos cuántos pero no quiénes han muerto, en que las gráficas describen tendencias pero no comunican experiencias.

Tiene razón Osorno: un periodismo que se resigna a sólo llevar la contabilidad de las muertes es, en última instancia, un periodismo que abona el terreno para la indiferencia.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 24 de octubre de 2011

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