lunes, 3 de enero de 2011

Brasil y México: su narrativa y la nuestra

Hubo a principios de diciembre pasado, en las páginas de Milenio, un interesante intercambio entre Héctor Aguilar Camín y Ciro Gómez Leyva. El tema fue una comparación que propuso el primero entre Río de Janeiro y México: durante los últimos años los niveles de violencia en Río han sido, proporcionalmente, doce veces mayores que los de México; sin embargo, los brasileños han sabido vender la imagen de una ciudad deslumbrante, festiva, triunfal; mientras que los mexicanos hemos abrazado la imagen de un país inseguro, violento, vencido. “Repártanse las culpas como se quiera”, remataba Aguilar Camín, “colectivamente nos portamos en esto como unos tontos”.

Gómez Leyva replicó con una ráfaga de preguntas más airadas que airosas: “¿Por qué hemos sido tan tontos? […] ¿Los secuestros y las extorsiones, que proliferan, se suavizan con genios del marketing, o se pueden meter debajo de la alfombra con un acuerdo de recato informativo? ¿Qué es Tamaulipas en esta tontería? ¿Qué es la vida cotidiana, más allá de los números, en Ciudad Juárez y Gómez Palacio? ¿Monterrey y Michoacán son exageraciones periodísticas, inmoralidades mediáticas, pésimas campañas de difusión? ¿Cómo se corrige nuestra asnada, Héctor?”

Aguilar Camín respondió entonces que hemos sido tontos por regodearnos en la violencia, por perder el sentido de la perspectiva, porque la prensa ha convertido la hipérbole en género informativo: “Decimos la verdad hecho por hecho pero la imagen acumulada de lo dicho es falsa, o tan desbalanceada que se parece más a una mentira que a una verdad”. En los medios haríamos bien, concluyó, en admitir cada quien “nuestra responsabilidad, la que nos toque, en la descripción del camello”.

Gómez Leyva, primero, se fue por la tangente: “Puede ser, pero ¿qué pasa cuando el hecho es falso en sí? Ahí es donde creo que se da el naufragio: no en las imágenes acumuladas, sino en el mal registro de los hechos, que lleva a la consiguiente presentación de un hecho falso o desbalanceado”. Después, se fue de vacaciones: “Cuando uno toca una de estas partes de México tiene que darle la razón (a Aguilar Camín). Hay un país abatido, por donde pasó el diablo y sopló. Pero hay otro que bulle, con presente y futuro. La Riviera Nayarit parece un ejemplo perfecto de lo segundo”.

Jaime López Aranda terció, en Animal Político, retomando la comparación inicial y sugiriendo que la diferencia responde, en el fondo, menos a la irresponsabilidad de los medios que a las distintas estrategias de comunicación de cada gobierno: mientras el de Lula Da Silva supo proponer una narrativa “de reforma y modernización” para “contar la historia del ‘éxito brasileño’”; el de Felipe Calderón adoptó, en cambio, una narrativa de “estado de emergencia” que enfatizó “la amenaza real, potencial e imaginaria” del crimen organizado.

Retomo la conversación donde la deja López Aranda para añadir dos matices.

El primero es que los medios brasileños no son ni más ni menos sensacionalistas que los mexicanos, ni más ni menos propicios a convertir la violencia en reality show. Más aún, la imagen que transmiten de Brasil, y sobre todo de Río de Janeiro, no es la de una Cidade Maravilhosa sino, muy por el contrario, la de una ciudad problema: segregada, anárquica, violenta. La buena imagen internacional que hoy tiene Brasil no es gracias sino a pesar de sus medios.

El segundo es que, efectivamente, la narrativa ha sido uno de los flancos débiles del gobierno de Calderón, aunque no tanto por el contraste con el caso brasileño (que tiene lo suyo, insisto, de engañabobos) sino, más bien, por sus contradicciones internas. Por un lado, insiste en hacer de “la guerra” el eje del sexenio: moviliza tropas, captura capos, decomisa drogas, responsabiliza a Estados Unidos por sus niveles de consumo o por el contrabando de armas, culpa a la oposición por escatimarle apoyos, convoca una y otra vez a la unidad para cerrarle el paso a la delincuencia. Pero, por el otro lado, repite constantemente que el país está en calma: que no hay que tener miedo, que vamos por buen camino, que los medios exageran la violencia, que existe un problema de percepción, que la inseguridad no afecta la actividad económica, que las autoridades están en pleno control del territorio. El resultado es un relato sin claridad, inestable, a un tiempo voluble y obstinado, que termina generando más incertidumbre que credibilidad.

El problema, pues, no es que la nuestra sea una narrativa “de emergencia” o “de éxito”. Es que es una narrativa esquizofrénica.



-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 3 de enero de 2011 

1 comentario:

  1. ¡Completamente de acuerdo tocayo! Y me gustaría añadir otro matiz... Brasil tiene algunos éxitos (v.g. Petrobras) con los que puede presumir, distraer o engañar bobos... mientras que México no tiene nada de eso...

    ResponderEliminar