lunes, 18 de abril de 2011

De intelectuales y cosas peores…

Hace un par de semanas Jacobo Zabludovsky publicó, en El Universal, una extraña columna en la que, por un lado, fue pródigo en elogios para el rector de la UNAM; y, por el otro, no escatimó en descalificaciones al “Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia” y en insultos a quienes lo impulsaron.

Confieso, de entrada, que yo tampoco entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra. Bueno,  salvo por el hecho de que el propio rector Narro fungió como el primero de los testigos que avalaron dicho Acuerdo—detalle que Zabludovsky omite o ignora, pero que según su caracterización ubicaría al rector en el bando de los que “se sientan a las mesas de los ricos y famosos, extreman su autobombo en los medios que los favorecen y se favorecen de ellos, registran en la opinión pública su denominación de origen y comprueban que en su mercado, como en el de las monedas, la falsa desplaza a la genuina”.

Pero dejemos al rector de la UNAM a un lado. Concentrémonos, mejor, en la peculiar interpretación que hace Zabludovsky del Acuerdo y en sus ataques contra quienes lo promovieron.

Dice don Jacobo que el Acuerdo pretende “imponer modalidades y límites a la información que más preocupa a los mexicanos y más incomoda al gobierno: la de la inseguridad que ha producido 35 mil muertos”, so pretexto de lo cual se creará un órgano ciudadano de observación cuyos alcances pueden “ir de la paternal tutela a la oscura frialdad de los calabozos, pasando por la muerte mediática de los pecadores”. Yo he leído el texto del Acuerdo y francamente no entiendo de dónde saca Zabludovsky eso de la imposición, la censura, el paternalismo, los calabozos, la muerte mediática, los pecadores… como no sea de su imaginación o su nostalgia. O sea, con todo respeto.

Otra cosa es el uso que han querido darle los propios medios al Acuerdo, el prematuro afán festivo con que lo anunciaron (celebrándose la intención antes que los resultados), el marco burdamente propagandístico en que lo echaron a andar (más autocomplaciente que autocrítico, más de ostentación que de reflexión). No obstante, todo ese montaje publicitario es meramente accesorio. Lo fundamental es el texto y, esperemos, sus consecuencias: el reconocimiento explícito de la responsabilidad pública de los medios, el compromiso de adoptar criterios editoriales para no hacerle el juego al crimen organizado. No confundamos, pues, el aliento con las cornetas.

Pero Zabludovsky va más allá. Acusa a “esos intelectuales” (no dice nombres) aglutinados en torno al Acuerdo de “convertir su intelectualidad en una manera de corretear los frijoles, sacar para la papa, ganarse el taco, conseguir la chuleta, completar el chivo”. Es decir, los tilda de vendidos. Luego les espeta esto: “Los intelectuales al servicio de los poderes traicionan su vocación de contrapesos, de ubicarse en la crítica como posición irrenunciable, de ser voces de protesta y no de justificación de las injusticias”. Y, finalmente, remata con una lista de grandes intelectuales que según él sí “supieron aportar su privilegio cultural a la corrección de las conductas antipopulares”: Justo Sierra, José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín, Jesús Silva Herzog, Narciso Bassols y Vicente Lombardo Toledano.

Confieso que encuentro algo divertido en leer a Jacobo Zabludovsky pontificando sobre lo que es o no es ser un vendido, estar o no “al servicio de los poderes”, hablar de contrapesos, de crítica, de “voces de protesta”. Digo, todos tenemos derecho a reinventarnos pero, caray, ¿no es un poco demasiado? Ciertamente no seré yo quien describa a nuestros profesionales de la opinión como próceres ejemplares; sin embargo, en el caso específico de su apoyo al Acuerdo en cuestión no encuentro, la verdad, nada indigno ni reprochable ni injusto ni antipopular.

Llama la atención, por lo demás, que todos los que figuran en la lista de intelectuales modelo que menciona Zabludovsky hayan sido políticos, funcionarios, ideólogos, hombres de partido. Quizás fueron gigantes, cada uno a su manera, mas ninguno fue, estrictamente hablando, ajeno al poder. Hubo otros que sí lo fueron pero, aparentemente, Zabludovsky no los conoce. Será que de esos no salían en 24 Horas.

-- Carlos Bravo Regidor
La Razón, lunes 11 de abril de 2011

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