lunes, 22 de junio de 2009

Entre románticos e ilustrados

Desde hace algún tiempo, se dice mucho en la conversación pública que el problema de la democracia en México es que los políticos no escuchan a los ciudadanos. Los románticos explican que eso pasa porque nuestros políticos carecen de “sensibilidad”; los ilustrados, que porque no hay “incentivos”. Según los primeros, lo que hace falta es una renovación de la clase política; según los segundos, una reforma que permita la reelección consecutiva.

Para los románticos se trata de un asunto moral: de valores, de integridad, de compromiso. Los políticos no escuchan porque el bienestar del pueblo les tiene sin cuidado, porque lo único que les importa es el poder. Otra sería nuestra democracia si, en lugar de una punta de sinvergüenzas, los políticos fueran gente honesta y responsable.

Para los ilustrados es una cuestión de diseño institucional: de intereses, de reglas, de consecuencias. Los políticos no escuchan porque nada los obliga a hacerlo, porque no hay forma de llamarlos a cuentas. Nuestra democracia sería más funcional si hubiera mecanismos para que los electores premien o castiguen el desempeño de sus representantes.

La campaña por el voto en blanco les ha dado, a románticos e ilustrados, una causa común. Los unos lo promueven como acto de redención, como un catalizador para el despertar de las conciencias; los otros lo usan para encauzar el malestar, como una oportunidad para impulsar su agenda. Su argumento, como conjunto, es que nuestro deber ciudadano es anular el voto para cambiar a una clase política corrupta por la vía de la reelección. ¿Usted entiende? Yo tampoco. En la noche del voto nulo todos los gatos son pardos.

Un ejemplo: el artículo de Denise Dresser en Reforma la semana pasada, “Anular es votar”. Convoca al voto nulo para “expresar el descontento”, que los partidos “comprendan la crisis de representación que han creado” y entonces hagan “las reformas a que tanto se resisten”. No dice cómo ni por qué una cosa llevaría a la otra. No importa, pues suena muy convencida. La forma de su alegato es definitivamente romántica (afectada, conmovedora, heroica), mas el fondo es típicamente ilustrado (racionalista, impersonal, experto). En otras palabras, escribe como Elena Poniatowska pero piensa como Leo Zuckerman.

El resultado es una perorata sin mucha lógica pero con harta obstinación; una arenga mediante la cual Denise Dresser, envuelta en la bandera del malestar, se asume como portavoz de la mayoría y hace pasar por “consenso” las preferencias de esa minoría de la que forma parte. “Todo ello con la intención de fortalecer la democracia y asegurar su representatividad”.

--Carlos Bravo Regidor
(La Razón, Lunes 22 de Junio de 2009)

1 comentario:

  1. La pregunta a hacerse es: si todo mundo hace lo que propongo, mejoran las cosas?
    Si todo el mundo anula su voto, mejoran las cosas? No, porque se elimina la democracia.

    Si todo mundo se una a asociaciones civiles para crear presión, exigir y difundir información útil, mejoran las cosas? Sí. Denise: construye, no protestes.

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